La alarma sanitaria mundial ha conducido al gobierno español a tomar medidas drásticas de parálisis y confinamiento. Sin duda, estas medidas tendrán efectos positivos sobre el control de la pandemia por coronavirus. Sin embargo, también estamos sufriendo repercusiones psicológicas no deseadas.
El drama está visitando muchos hogares, en forma de enfermedad, desempleo, deudas, incertidumbre, conflictos familiares y, sobre todo, pérdidas más lamentables y significativas: el fallecimiento de seres queridos. Los duros momentos que vivimos no pueden ser banalizados y merecen tomarse muy en serio.
Nuestra manera de vivir estos momentos difíciles no es siempre igual, sino más bien un proceso complejo con sus distintas fases, no necesariamente secuenciales. Al principio del confinamiento, había una sensación de irrealidad. No nos creíamos lo que estábamos viviendo. Todo era extraño y siniestro. Calles vacías, silencio, estupor. De pronto, nos dejamos contagiar por el pánico. El miedo cabalgaba los datos del ciberespacio. Bulos, apocalipsis, conspiraciones, paranoia. Luego hubo un atisbo de luz lleno de optimismo vacío: el clásico mecanismo defensivo de la negación. Vacaciones anticipadas, decíamos. Incluso asomaba un ánimo festivo desde el balcón de las casas. Estábamos nerviosos y asustados, pero reinaba un buen estado de ánimo general.
Ahora parece que vamos siendo más dolorosamente conscientes de la situación. Las cifras desalentadoras nos abruman y se empiezan a mezclar los miedos: la emergencia sanitaria con la alarma económica. El futuro se vislumbra incierto y temible. El desánimo y el pesimismo se apoderan de nosotros. Paulatinamente, los aplausos por las ventanas suenan cada vez más apagados. Poco a poco, se nos van quitando las ganas de saludar y sonreír a nuestros vecinos. La falta de actividad nos genera un cierto abatimiento, una desgana que crece insidiosamente desde dentro y que se parece más a la depresión que a la ansiedad.
Dadas las circunstancias, es normal que nos sintamos así. Es completamente normal que nos lamentemos de nuestra suerte y que durante algún tiempo estemos taciturnos, cabizbajos o, cuando menos, reflexivos. Nuestro futuro actual (y decimos “actual” porque el futuro está en constante cambio), se nos presenta de forma poco halagüeña. Esto es innegable. Muchas de nuestras expectativas se han visto ya frustradas. En el mejor de los casos, aunque personalmente no hayamos perdido a ningún ser querido, lo que estamos viviendo se parece mucho a un duelo. Todos hemos perdido algo.
En efecto, muchos de nuestros planes se han venido abajo, desde las más mundanas citas de peluquería, hasta las soñadas mejoras laborales, pasando por unas merecidas y tranquilas vacaciones. Aquel que tenía intención de emprender, ahora recela. El estudiante está desmotivado. Las familias tienden hacia la prudencia y el ahorro. El inicio de cualquier aventura, proyectada desde nuestras mejores intenciones, ha quedado en cauta suspensión. Muchas inversiones de dinero, de tiempo, de esfuerzo y de ilusión, sencillamente, se están perdiendo ante nuestra mirada impotente. Todo esto es muy cierto.
Con todas estas sensibilidades a flor de piel, ¿se puede siquiera mentar algo parecido a la esperanza, sin riesgo a ser apaleado? Entre tanta aflicción, ¿hay hueco para estos sentimientos? ¿O tal vez debamos contentarnos con verlos arder en la hoguera de nuestras vanidades?
En otros artículos hemos hablado del miedo y de la ansiedad y hemos dado pautas de comportamiento para sobrellevar el confinamiento de la mejor manera posible. Se trataba de técnicas que se centraban sobre todo en el presente. Ahora vamos a centrarnos más en cuestiones que atañen al futuro, porque por el camino de la desesperanza hacia al futuro se cierne la amenaza de la depresión y, llegados a ese punto, tendremos un problema grave, uno más, sobrevenido a los que ya tenemos.
La falta de esperanza se explica por la poca sensación de control que tenemos del medio que nos rodea. En este combate contra el coronavirus, nuestra lucha es pasiva (salvo para aquellos que están en primera y segunda línea) y esta falta de acción no ayuda precisamente a mantener viva la esperanza. Al contrario, la empequeñece cada día más. De momento, se nos ha pedido que no hagamos nada, que permanezcamos quietos. Esto es lo que genera desesperanza: la sensación de que las soluciones no dependen de nosotros. A este fenómeno se le conoce en psicología como locus de control externo.
Para generar esperanza en el futuro, necesitamos retomar la sensación de control sobre nuestra vida. Necesitamos percibir que el control y el dominio de la situación mana de nuestro interior, y no de las decisiones grandilocuentes de nuestros dirigentes.
Es cierto que ahora estamos confinados, siendo golpeados por una pandemia capaz de colapsar cualquier sistema sanitario. No es menos cierto que se acerca una gran recesión económica que no depende de nosotros. Sin embargo, eso no significa que debamos permanecer inactivos frente al televisor. Podemos responsabilizarnos, al menos, de una parte del futuro. Probablemente, de una parte mayor de la que estimamos desde nuestro pesimismo actual.
En efecto, sí podemos hacer algunas cosas y, en la medida en que las hagamos, recobraremos la esperanza, porque nos sentiremos más capaces de controlar nuestro devenir, esto es, el futuro que nos espera. En otras palabras, ese locus de control externo tenemos que conseguir hacerlo interno, para no seguir sintiéndonos indefensos.
¿Y qué hacer, exactamente? Es fácil hablar, pero… ¿qué podemos hacer? Esa es una muy buena pregunta. Preguntar es el primer paso para cambiar. Dudar es sano. Nuestras certezas constituyen las paredes de nuestra prisión. En concreto, la certeza “yo no puedo hacer nada” es un carcelero formidable. Por eso, si te preguntas qué puedes hacer, enhorabuena, porque vas por buen camino. Es un primer paso.
La respuesta dependerá de cada cual, esto es, de sus posibilidades y de su personalidad. No obstante, hay algunas cuestiones generales que la psicología positiva nos ha enseñado y que nos pueden servir de guía, para ayudar a poner en marcha nuestra esperanza:
1) Tener presentes nuestras fortalezas personales. Recordemos en qué aspectos somos probadamente buenos, es decir, qué características de nuestra forma de ser nos han ayudado en nuestro pasado ante las dificultades. ¿Qué hicimos aquella vez que las cosas se torcieron en nuestra vida? ¿Cómo salimos de aquélla?
Existen muchísimas fortalezas personales. Nadie está exento de ellas. Ahora es el momento de identificarlas, de ponerlas en valor y de practicarlas. Busca en tu interior fortalezas como: la perseverancia, el optimismo, la capacidad para trabajar en equipo, la amabilidad al ayudar a los demás, el trabajo duro, la resiliencia, la creatividad, la curiosidad, la valentía, el sentido de justicia, la humildad, el vigor físico, el autocontrol, la pasión, el sentido del humor, la espiritualidad, la flexibilidad para adaptarse a los cambios, los diversos tipos de inteligencia, la apertura mental, la extraversión social, las ganas de aprender, la necesidad de logro, la concentración, el compromiso, la responsabilidad, el eclecticismo, la superación personal, la familia, el gusto por los retos… cada cual que busque aquello que más le define y le ayuda en momentos de crisis.
2) Ajustar expectativas de modo realista. Sabemos que el escenario social y económico va a cambiar a peor; por lo tanto, en la mayoría de los casos, tendremos que rebajar las expectativas que teníamos anteriormente y ajustarlas a la nueva realidad. Muchos de nuestros objetivos tendrán que posponerse, pero eso no significa necesariamente renunciar a ellos. En la mayoría de los casos, nuestros planes simplemente van a ralentizarse. Comprender esto es importante. Con respecto a algunos otros objetivos, por desgracia, sí que habrá que renunciar a ellos. Seguramente, todos vamos a salir perdiendo por culpa de esta situación. Aunque suene duro, aceptar estas pérdidas de antemano nos ayudará a trabajar sobre lo que realmente podemos conseguir, a no frustrarnos demasiado en empresas imposibles y a rentabilizar nuestros esfuerzos.
3) Generar metas y proyectar itinerarios para alcanzarlas. En ese ajuste de expectativas del que hablamos, tal vez tengamos que ajustar nuestras metas concretas, rediseñarlas, reinventarlas y recapacitar sobre cómo podemos llegar hasta ellas en un escenario más desfavorable. Seguramente, podemos empezar a trabajar en dicho reencuadre desde ahora mismo. Por ejemplo, generando un cronograma distinto, poniendo nuevos plazos y realizando una planificación diferente para ir cumpliéndolos. Quizá haya que entrenar conocimientos que tenemos oxidados, adquirir nuevas habilidades o buscar otros recursos. Tener tiempo disponible nos brinda un momento propicio para la formación.
4) Proyectar un “yo” futuro, para vivir un presente significativo. A pesar de las circunstancias, nosotros seguimos desarrollándonos y nuestras decisiones y acciones van a dictar en buena medida la persona que seremos en el futuro. Responsabilizarnos de nuestro futuro supone asumir que lo que hacemos ahora, por mínimo que parezca, puede tener una repercusión importante más adelante. Aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo nos construye personalmente, instante tras instante, acción tras acción. Pensemos en qué tipo de persona queremos llegar a ser, qué cualidades tendremos, por qué virtudes seremos queridos por los demás, qué aspectos de nosotros mismos queremos desarrollar para sentirnos orgullosos algún día. Podemos escribirlo, con el fin de clarificarlo, y trabajar desde hoy para que el mañana sea así. Una rutina nos ayudará. De esta manera, le otorgaremos un sentido, un significado personal, al tiempo que nos ha tocado vivir, aunque no venga como nosotros esperábamos.
5) Deja tiempo libre para descansar y despreocuparte. Casi siempre tenemos margen de maniobra y podemos hacer algo para mejorar, pero eso no significa tener que estar las 24 horas solucionando nuestros problemas. En cada jornada necesitamos también un tiempo de ocio y de descanso. No hacer nada no es ninguna pérdida de tiempo, sino un estado natural que necesitamos para regenerar nuestra salud. Tenemos derecho a la pereza. Guarda un tiempo para descansar, relajarte o jugar. También puedes dedicarte a meditar, hacer yoga o alguna otra práctica contemplativa. Internet es generoso en este tipo de contenidos.
Aunque sean muchas las dificultades que tengamos que pasar, es razonable pensar que todo volverá a ser parecido a como era antes, porque somos seres rutinarios que volveremos a nuestros hábitos tarde o temprano. Es cierto que el miedo generalizado y el parón económico hará que todo fluya muy lentamente, pero poco a poco iremos saliendo adelante. En todo caso, cualquier salida a esta situación pasa necesariamente por creer en ella y empezar a trabajarla.
Cuando esto pase, miraremos atrás y podremos evaluar con mejores elementos de juicio cómo hemos sobrellevado estas dificultades. Entonces, como suele ocurrir, juzgaremos que podríamos haberlo hecho mejor y, según el nivel de disonancia y las consecuencias obtenidas, nos golpeará el arrepentimiento más o menos. Para minimizarlo, lo inteligente es vivir como si ya hubiéramos estado en ese futuro y empezar a hacer las cosas mejor desde ahora mismo. Vivamos ahora como si fuera nuestra segunda oportunidad. Al menos, para asegurarnos una conciencia tranquila, al saber que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano. Más no se nos puede pedir.
Evidentemente, no todo está en nuestras manos, pero algunas cosas sí lo están. Si nos centramos en ellas y las vamos trabajando, recuperaremos parte de nuestra esperanza perdida y la mantendremos viva.
Vicente Bay