La curiosidad es un estado mental sorprendente, sencillo y potente a la vez. Valga, como ejemplo, todo lo que consiguen los niños a través de vivir esta simple motivación. De la mano de la curiosidad nos dejamos llevar y, a través de las experiencias que se generan, nos vamos construyendo como personas. Sin curiosidad no habría humanidad. Y los humanos más prominentes han sido, probablemente, también los más curiosos.
Una mente curiosa está despierta, abierta a la experiencia y preparada para el aprendizaje. De hecho, poder generar con facilidad el estado mental de la curiosidad es señal de buena salud. Cuando la curiosidad desaparece, cuidado… la psicopatología acecha.
La curiosidad nos permite llegar muy lejos, tan lejos como seamos capaces de mantenerla. En este sentido, es como un billete de viaje. Sin embargo, el miedo, el aburrimiento o un estado de ánimo depresivo son pesadas maletas que detienen nuestro paso. La curiosidad, por el contrario, nos impulsa hacia delante.
Cuando sentimos que los rigores de la rutina nos están envejeciendo de forma prematura, una actitud curiosa tiene la virtud de mantenernos jóvenes. Observar con interés la vida nos ofrece nuevas perspectivas, nos sentimos más enfocados y comprometidos, nuestra motivación se dispara y los problemas se convierten en desafíos.
La curiosidad nos hace levantar la vista y preguntarnos qué hay más allá de nuestros horizontes, en lugar de mantener la mirada agachada por el miedo, el remordimiento o la vergüenza. Con la curiosidad por bandera nos adentramos en el mar de la incertidumbre, sedientos de lugares nuevos y estimulantes, en vez de atracar en el puerto de las certezas, donde ya sabemos cómo va a acabar todo.
En consecuencia, la curiosidad nos hace flexibles y adaptables. No demos nada por sabido. Nuestras mayores seguridades son también las paredes de una cárcel hecha de conocimientos incuestionados. Sí, es un lugar seguro donde a veces creemos estar bien, pero demasiado limitado para mantenernos satisfechos por mucho tiempo.
Y, aunque es cierto lo que dicen, que la curiosidad puede ser peligrosa, permanecer inasequible al interés puede serlo aún más. Vivir sin curiosidad convierte el día a día en una sucesión de momentos carentes de chispa y de significado. Por lo tanto, cultiva tu curiosidad, porque es necesaria para abrir la mente, dejar que entre aire fresco en la conciencia y ayudarnos a ventilar todo tipo de emociones.
Escucha a tu niño interior, ese pequeño científico que todos llevamos dentro. Asume los riesgos que conlleva ser un ser que se pregunta cosas, sin ningún pudor, y no te detengas mucho a vanagloriarte en las respuestas, porque siempre te esperan muchas otras preguntas.
Pregúntate, por ejemplo, qué ocurre a cada instante. Detrás de cada gesto, cada mirada, cada matiz, cada experiencia… ¿acaso no existe un universo de eventos y misterios? La propia curiosidad es en sí misma un estado mental de lo más curioso. Empieza por preguntarte qué es la curiosidad, para qué sirve, cómo se llega hasta ella… Una vez la hayas descubierto, riégala con todo lo que encuentres y disfruta de sus frutos, que sin duda serán muy generosos.
En resumen, no te limites a esperar el futuro. Más bien, dedícate a explorarlo y a descubrirlo cada día. De lo contrario, es como si ya hubieras estado en él.
Vicente Bay