Aunque no necesite mucha aclaración, siempre está bien comenzar definiendo el tema que se va a tratar. Entendemos por maltrato contra las mujeres todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se produce en la vida pública como privada.
Se trata, por lo tanto, de un tipo de violencia derivada de una forma concreta de entender la masculinidad y la feminidad. Esta forma de violencia aparecerá con mayor probabilidad en aquellas parejas cuya relación se base en la asimetría de poder, en una dinámica de dominancia y sumisión donde el varón se suporpone a la mujer, ya sea por contar con superioridad física, psicológica, económica o social.
Se deduce también de la definición propuesta que no es necesario llegar a los golpes y al daño físico para ejercer la violencia. Bastará con amenazas, intimidaciones o coacciones que minen la libertad, la integridad o la dignidad de la mujer, o que tengan intención de ello.
¿Cuál es el perfil típico de la víctima? En ocasiones se piensa erróneamente que este asunto es una cuestión perteneciente a las capas más marginales de la sociedad. Como casi todos los problemas invisibles del mundo, pensamos que ocurren muy lejos de nosotros. Sin embargo, no es así.
El perfil medio de la mujer que sufre maltrato por el hecho de ser mujer es el de una joven, casada y con hijos, de nivel económico y cultural medio, y con dependencia económica del marido. En efecto, el hecho de tener hijos y no contar con medios económicos propios las pone en una situación de vulnerabilidad natural que es aprovechada por el agresor.
Suelen ser mujeres con bajo apoyo social, sin relaciones íntimas de amistad, sumidas en cierto aislamiento y con ausencia de relaciones familiares estables. Tal vez hayan perdido a su familia o, por avatares de la vida, se hayan instalado lejos de su lugar natal. O tal vez sus familiares sí que estén presentes físicamente, pero ausentes psicológicamente. En cualquier caso, o bien no tienen apoyos, o bien no los perciben como tales.
Por último, en contra de lo que se cree, no suelen ser mujeres que hayan sufrido malos tratos en la infancia. Es decir, no son antiguas víctimas con baja autoestima que ahora estén sufriendo otra victimización en manos de otro agresor. Convertirse en víctima de malos tratos le puede pasar a cualquier mujer.
En definitiva, hablamos de mujeres normales y corrientes que, poco a poco y sin darse cuenta, se ven inmersas en una situación de aislamiento y de hostilidad crecientes. Una situación que les pilla de nuevas y para la cual no disponen de herramientas o de habilidades de afrontamiento apropiadas.
En lugar de tomar conciencia de la gravedad del asunto, lo niegan, lo relativizan o lo esconden. En lugar romper la relación a la primera y denunciarlo, se vuelven sumisas y calladas. En lugar de alejarse de la situación de peligro, permanecen en ella, tratan de adaptarse y de minimizar los daños. La vergüenza y la culpa van floreciendo, mientras la resignación y la depresión echan sus raíces profundamente.
Por supuesto, este es un perfil típico. No significa que las mujeres que no cumplan con este perfil estén fuera de peligro, porque el maltrato va a depender sobre todo del perfil del agresor, quien será el único culpable.
¿Y cuál es el perfil del agresor? Aquí sí lo vamos a tener más fácil a la hora de identificarlos. Aunque, por supuesto, también se trata de un simple perfil medio y no podemos estigmatizar a todos los hombres que se ajusten a él.
Suelen ser hombres de entre 40 o 45 años de edad, casados, con hijos y laboralmente activos. Ellos controlan el dinero que entra en casa.
Suelen tener déficit de habilidades sociales, de control de impulsos, de comunicación, de expresión emocional y de resolución de conflictos. Hombres, en definitiva, que no saben expresarse, ni con palabras ni con emociones apropiadas, ni tampoco controlarse.
No es raro encontrar en ellos un trastorno de personalidad de los que tienen afectada la empatía, siendo el antisocial, el narcisista y el paranoide los más comunes.
Por supuesto, consideran a la mujer a través de peculiares distorsiones cognitivas. Por ejemplo, consideran el papel de la mujer como subordinado al del hombre, tanto en la propia familia como en la sociedad en general.
Por último, en este caso sí, puede existir una historia de maltrato infantil (se da en un 35 % de los casos, aproximadamente). Los agresores pueden haber aprendido los caminos de la violencia de forma temprana, atesorando resentimientos y hostilidades desde bien pequeños.
Todos estos indicadores no son estigmatizantes. Como decía antes, no por cumplir con el perfil significa que uno vaya a ser un agresor, ni tampoco todos los agresores son así. No obstante, sí debemos estar muy alerta ante los siguientes factores de riesgo, sobre todo cuando se dan conjuntamente varios de ellos en una misma persona.
Factores de riesgo o de alerta que pueden revelar a un potencial agresor:
Mi consejo es que, al detectar estos patrones de comportamiento, las mujeres se replanteen seriamente con quién están compartiendo su vida, o proyectando compartirla. En caso de duda, no lo dudes: pide ayuda. Si hay menores de por medio o si se prevee tenerlos, con más motivos todavía.
Y, como no hay mejor cura que una buena prevención, aviso para padres: nuestra obligación es criar hijas concienciadas y entrenadas para detectar estos comportamientos. También, por supuesto, ayudar a los hijos que empiecen a reflejar estas conductas, poniendo especial atención en los adolescentes.
PD:
Si estás sufriendo una situación de maltrato, puedes llamar al 016, un teléfono confidencial que no deja huella en ninguna factura de teléfono y donde te atenderán profesionales cualificados.