Mucho se ha hablado de la crisis. Casi siempre desde el punto de vista económico. Sin embargo, la auténtica crisis que vive el ser humano, en mi opinión, es una crisis existencial. En esta época estamos completamente centrados en aquello que tenemos fuera de nosotros, y no dedicamos apenas tiempo a aquello que tenemos en nuestro interior.
Antes del siglo de las luces, antes del XVIII, el siglo de la razón y de los ilustrados, la religión cumplía ese propósito de mirada interna. Digamos que cubría la parte del ser humano más “espiritual”. Tras el auge de la ciencia y la consecuente crisis de la fe, la parte más introspectiva del ser humano quedó un poco huérfana, olvidada, sin nada que viniera a sustituir a los misterios religiosos, es decir, sin nada que viniera a dar de comer a la necesidad humana de trascendencia. El capitalismo le vino como anillo al dedo a la época tecnológica y científica que se empezaba a instaurar en la historia moderna. Toda nuestra atención se centró en el exterior, en los objetos materiales, en el progreso científico, en las oportunidades y acumulación de éxitos personales. La antigua “alma” humana quedaba desatendida y algo borrosa.
Ahora, con la crisis económica, los “no creyentes” se han quedado como flotando en el vacío, sin tener a qué agarrarse. Nuestra parte interna se cultiva poco en nuestra cultura. Incluso los religiosos la cultivan poco, más preocupados por la liturgia y las misas que por las experiencias propiamente religiosas. Y la parte externa, esto es, todo lo que vive fuera de nosotros, escasea debido a los embates de la crisis financiera. Muchos se aferran a distintas opciones oportunistas que pretender cubrir el vacío espiritual propio de esta época, alternativas que no se corresponden con religiones formales, pero cuya oferta se basa igualmente en la confianza, en la sugestión y en la fe. Otros, sin embargo, totalmente desapegados de cualquier cosa que huela a espiritualidad, permanecen sin respuesta mirando a un horizonte incierto, un futuro que sin la gasolina del dinero y del progreso carece de toda esperanza.
La pregunta es, ¿tiene la psicología, tanto para los unos como para los otros, alguna propuesta ante estos problemas? Nada mejor que una crisis para descubrirla. La palabra crisis viene del griego y se compone de dos partes. Una parte que tiene que ver con el verbo separar o decidir (krinein) y un sufijo que significa acción (-sis). Por lo tanto, una crisis se define como el momento oportuno donde decidir las acciones a tomar. En otras palabras, las crisis son oportunidades para el cambio.
Durante la época de los 50, mientras el mundo se recuperaba de la Gran Depresión estadounidense y de las dos guerras mundiales, algunos psicólogos comenzaron un nuevo enfoque que pretendía cubrir estas carencias existenciales del cientificismo positivista. Surgió la psicología humanista, con exponentes como Carl Rogers, Victor Frankl, George Kelly o Milton Erikson. Estos autores trataban de ir más allá de los esquemas mecanicistas de estímulo-respuesta del sistema conductista, al cual quedaba relegado el ser humano tras ser despojado de su lado más caótico y espiritual, víctima de una época reduccionista, racional y materialista. Estos autores se preguntaban por el sentido de la vida.
Por su claridad expositiva, me parece interesante comentar la famosa pirámide del psicólogo humanista Abraham Maslow. Según la pirámide de Maslow, las necesidades humanas se pueden clasificar en 5 etapas ascendentes que se pueden ver en la imagen de arriba:
En esta quinta etapa de autorrealización, el lugar más elevado de su pirámide, Maslow nos invitaría a preguntarnos quiénes somos realmente, de dónde venimos, hacia dónde vamos y con qué intensidad estamos dispuestos a vivir.
¿Somos personas autónomas o vivimos sometidos por la presión social? ¿Sabemos disfrutar de las cosas o tememos que todo se hunda en cualquier momento? ¿Sabemos reírnos de nosotros mismos o nuestro sentido del humor está solamente orientado hacia los demás? ¿Nos sentimos cómodos en la intimidad o escondemos nuestro ser y nos cohibimos? ¿Nos aceptamos tal y como somos con humildad o nos mostramos artificiales y pretenciosos? ¿Enfrentamos los problemas en virtud de sus soluciones o damos vueltas una y otra vez alrededor de las mismas cosas? ¿Nuestra vida tiene un sentido temporal o permanecemos estancados? Como se ve, todas estas cuestiones no se resuelven dándole a la máquina de hacer dinero.
Ya lo dijo Sócrates: conócete a ti mismo y conocerás el universo.