Según una máxima de psicología sistémica, la solución es el problema. Muchas veces ocurre que una solución que nos alivia a corto plazo, a largo plazo contribuye a cronificar y a magnificar el problema inicial.
Por ejemplo, esa persona tímida, con escasas habilidades sociales, que se refugia en la soledad para proteger su autoestima. Como consecuencia, al tener pocas interacciones sociales en su vida, entrena poco con la gente y cada vez es menos competente socialmente.
Un fenómeno parecido se observa con el abuso crónico de dietas en gente obesa. En los periodos de ayuno, aunque sirvan para perder peso por dejar de ingerir calorías, también sucede que el metabolismo se vuelve más eficiente, lo cual quiere decir que necesita menos cantidad de calorías para funcionar. Tras el ayuno, llega el hambre voraz. Esto genera un patrón alimentario de ayunos y atracones alternos, el cual, en un metabolismo eficiente que gasta poco y reserva mucho, significará mayor acumulación de grasas.
A base de tomar pastillas para dormir, se provocan severos problemas de insomnio. Quien se lava las manos compulsivamente, pierde la cobertura protectora Ph de la piel y queda más expuesto a los gérmenes. Acudir al casino para recuperar pérdidas acrecienta cada vez más la ruina. Acabar demacrada por la anorexia no te hace más atractiva. Intoxicarse con cualquier tipo de droga (alcohol incluido) convierte las emociones en momentáneamente tolerables, pero bajo la espiral de la dependencia serán cada vez más desagradables.
Cuando uno pone en marcha estas “soluciones”, queda atrapado en una circularidad constante que mantiene su problema ad eternum. La solución intentada boicotea tu propia evolución personal. Desde esta perspectiva, el propósito de la terapia es llegar a la conclusión de que esas soluciones son las responsables del bloqueo de la situación. A corto plazo funcionaron, pero a largo plazo se han convertido en una rémora que no nos deja avanzar.
Un ejemplo familiar, que es el campo de acción propio de la psicología sistémica. Si nuestro hijo es un rebelde y estamos siempre encima de él para que no se desmadre, llegará un momento en que su rebeldía manará precisamente de nuestros intentos de control. Los desafíos empezaron probablemente como una fase normal de la edad, pero la actitud rebelde se cronificó como respuesta lógica ante la amenaza continua de pérdida de libertad. Tal vez la única manera de que nuestro hijo madure y se haga más responsable, es hacer lo contrario: darle una libertad que gestionar, aunque a corto plazo suponga el caos y la jungla.
El mayor miedo que tenemos las personas ante la posibilidad de cambiar es empeorar aún más, porque estamos convencidos de que nuestras “soluciones” son lo único que nos mantiene a salvo de una catástrofe total. Estos razonamientos residen en el sentido común y no sirve de nada discutirlos. Sin embargo, podemos experimentar que, cuando dejamos de aplicar nuestras “soluciones”, con el tiempo y con paciencia todo vuelve a su cauce de forma natural. A veces la experimentación directa es la única forma de vencer un razonamiento viciado.