En 1964, en el barrio de Queens, Nueva York, una joven camarera llamada Kitty Genovese volvía a su casa en coche, de madrugada, tras una dura jornada de trabajo. No se percató de que un individuo con funestas intenciones la estaba siguiendo en otro coche. Kitty aparcó a escasos metros de su apartamento y, cuando caminaba despreocupada hacia la puerta, su agresor se le echó encima y le asestó varias puñaladas. Ante los gritos de la pobre chica, un vecino salió por la ventana y ordenó al atacante que la dejara en paz. Éste salió huyendo, pero nadie bajó a preocuparse por el estado de la chica ni para ayudarla.
No obstante, el agresor no se había amedrentado del todo. Regresó a los diez minutos y estuvo buscando a Kitty por el aparcamiento. Y la encontró. La camarera estaba tirada en el suelo semi-insconsciente. Debido a la pérdida de sangre, no había conseguido llegar a su apartamento. El atacante, que más tarde se supo que era un necrófilo, volvió a apuñarla varias veces y después la violó. Pasados algunos minutos tras este ataque final, por fin un vecino llamó a la policía. La joven Kitty terminó de morir en la ambulancia, camino al hospital.
Todo el episodio duró entre 30 y 45 minutos. Hubo gritos, forcejeos, golpes, apuñalamientos, violación. Se produjo en varios lugares de los bajos de un complejo de viviendas. Cuando la policía investigó el suceso y preguntó puerta por puerta a los vecinos, descubrieron que unas quince personas reconocían haber oído algo. Una de ellas incluso confesó que subió el volumen de su televisor para no escuchar los gritos. Un chico pensó que su padre ya habría llamado a la policía y no le dio más importancia. Sin embargo, nadie llamó a las autoridades hasta pasados 45 minutos desde el primer asalto. Demasiado tarde para Kitty Genovese.
La pregunta que cabe hacerse desde la psicología es: ¿por qué, habiendo tantos testigos, nadie llamaba a la policía? No digo ya bajar a hacerse el héroe. Simplemente, levantar el teléfono y llamar, sin correr ningún riesgo.
Los psicólogos sociales Bibb Latané y John Darley (1968) decidieron hacer un experimento para demostrar la hipótesis de que, cuantas más personas hay presentes, menos probable es que alguna de ellas preste su ayuda. Para comprobarlo, reclutaron a estudiantes con el supuesto fin de participar en un debate. Cada persona estaría aislada en una cabina y discutirían a través de un interfono. Los debates serían entre 2, 3 ó 5 personas. Cada uno tendría dos minutos para dar su punto de vista sobre un tema. En realidad, la discusión era fingida y estaba todo grabado. Antes de comenzar, un supuesto participante avisaba de que, en situaciones de estrés, solía sufrir ataques epilépticos.
Pasados unos minutos, en mitad de la discusión, se escuchaba cómo alguien parecía ahogarse, empezaba a hablar entrecortado y, efectivamente, comenzaba a darle un ataque epiléptico. Los psicólogos querían saber cuántos de los participantes le prestarían ayuda. Tal y como estaban esperando, el 85 % de los participantes que creían estar solos con el epiléptico salieron en su ayuda, tardando una media de 52 segundos. Sin embargo, cuando los participantes creían que la discusión se estaba produciendo entre 3 personas, sólo el 62 % salió para ayudar y, además, tardaron 93 segundos de media. Y cuando la discusión se suponía que era entre 5 personas, solamente el 31 % salió para ayudar, tardando de media 166 segundos.
Este efecto psicológico, que nos lleva a eludir nuestra responsabilidad conforme más gente haya implicada, se llama “el efecto espectador“. En otras palabras, cuantos más somos en número, más nos “aborregamos”. Si reflexionamos un poco, seguro que recordamos haber estado en alguna situación que requería una acción inmediata pero, lamentablemente, nadie hizo nada o se tardó mucho en hacerlo. El efecto espectador explica muchas de las actitudes que vemos en el mundo y donde echamos en falta una mayor responsabilidad social. Lo vemos, por ejemplo, con respecto al medio ambiente, o en cuestiones de participación política, o de justicia social o, sin ir más lejos, en las cosas que suceden en nuestra propia comunidad de vecinos.
Bibliografía:
Darley, J. M., y Latané, B. (1968). Bystander intervention in emergencies: Diffusion of responsability. Journal of Personality and Social Psychology, 8, 377-383.