Estamos en unas fechas que el ser humano ha celebrado desde tiempos inmemoriales. Durante el solsticio de invierno, los días empiezan a hacerse más largos. El sol se hace protagonista de nuestros días y la noche mengua. Las plantas convierten la luz del sol en energía mediante la fotosíntesis, para después transformar dicha energía en materia vegetal y crecer. Omnívoros y herbívoros nos alimentamos de las plantas. Carnívoros y omnívoros nos alimentamos de los herbívoros. La importancia del sol, principio activador de esta cadena, no puede exagerarse. Es normal que celebremos la victoria del sol sobre la oscuridad. La vida nos va en ello.
A lo largo de la historia, esta celebración ha tenido diversas formas antropológicas y religiosas. El ser humano, como animal simbólico, es capaz de utilizar representaciones abstractas cargadas de significados. En la cultura cristiana, el nacimiento del sol se representa con el nacimiento de Jesús y los tradicionales belenes. Siempre hubo deidades solares: El Gabal en Siria, Sol Invictus en Roma, Horus en Egipto, Mitra en Persia, Inti para los Incas y un largo etcétera que se extiende a lo largo y ancho del mundo y de la historia. En todos los casos, la simbología es parecida. Se celebra la Navidad, esto es, el nacimiento. ¿Cuál nacimiento? El nacimiento del sol, que nos da la vida a todos y, en este sentido, puede considerarse nuestro dios creador.
Durante la Navidad, en las noches más oscuras y largas del año, el ser humano ha construido una paradoja de felicidad y esperanza. Cuando deberíamos estar más tristes y abatidos que nunca por encontrarnos en el momento estacional más frío, húmedo y oscuro, nos proyectamos hacia el futuro y celebramos la prosperidad que está por venir. Para mí es un legado de la grandeza humana, de nuestra capacidad de supervivencia y de eso que los psicólogos llamamos resiliencia. Antes de que la crudeza invernal marchite todo a nuestro alrededor, nos encerramos en casa con una muestra de vegetación que nos recuerda el buen tiempo y la decoramos con luces y colores. Nos juntamos con nuestros seres queridos, compartimos la comida y damos muestras de cariño y regalos. Cobijados al calor del hogar, esperamos que el sol vaya ganando terreno a la noche y nos dé la vida una vez más. Así es el espíritu de la Navidad.
Navidad significa nacimiento. El sol empieza a renacer poco a poco y, con él, todas las cosas buenas que anticipamos que llegarán. Felicidad y prosperidad en el año nuevo. No es raro que en estas fechas nos embargue también a nosotros, valientes humanos, un espíritu de renacimiento. Al fin y al cabo, estamos “hechos a su imagen y semejanza”. Acompasados con el sol, también nosotros podemos empezar a renacer, un poquito cada día, y vencer nuestros momentos más oscuros. Ahora es el momento de realizar los propósitos de año nuevo. Es momento de mirar al futuro con esperanza, con la seguridad de que el invierno se extingue y el deshielo dará pasó a la primavera. Volveremos a ver los almendros en flor al pie de los caminos, anunciando nuevas cosechas. Volverá la fruta a los árboles, las flores y los pájaros cantores.
Unos consejos para realizar nuestros propósitos de año nuevo y encaminarnos hacia nuestra primavera particular:
¡Feliz Navidad, feliz año y feliz renacimiento! Sed buenos, pero lo justo. Los reyes magos no vigilan todo el rato ????