Un fenómeno habitual en todos nosotros, pero que en la prensa aparece continuamente, es el llamado sesgo retrospectivo. Sucede cuando, tras conocer el resultado de una sucesión de hechos, todo nos parece muy evidente y, además, creemos haberlo visto venir desde antes. Esto significa que los resultados modifican nuestros juicios sobre el proceso. Traigo esto a colación para empezar señalando lo cómicos que resultan ahora los tertulianos, encontrando muchas razones que explican la victoria de Trump.
En este caso, yo no quiero caer en este sesgo retrospectivo. Yo sinceramente pensaba que ganaría Clinton y, de hecho, me aposté una cena. Por lo tanto, sin querer ir de iluminado a toro pasado, creo que hay ciertos fenómenos psicológicos que nos pueden ayudar a comprender esta inesperada victoria.
Lo que sí era fácil intuir es que Trump, como personaje irreverente que es, tenía en contra muchos poderes fácticos y, en consecuencia, toda la prensa mundial estaba pintando sus posibilidades mucho más negras de lo que en realidad eran. Esta expectativa sobrealimentada contribuye al sentimiento de contrariedad que tenemos ahora.
Hay que decir también que Hillary Clinton y todo el establishment han subestimado a su adversario y han descuidado su estrategia de campaña. En vez de acudir a revertir el voto de los estados históricamente repúblicanos, cosa que Trump sí ha hecho a la inversa, se han dedicado más a pregonar allí donde su victoria estaba ya asegurada. En consecuencia, la ley electoral estadounidense les ha jugado una mala pasada. Clinton ha ganado en votos, pero ha perdido las elecciones debido en parte a su ilusión de invulnerabilidad.
La gente se pregunta cómo es posible que haya ganado un machista xenófobo. Y yo me pregunto, ¿acaso la sociedad es diferente? Y no me refiero sólo a EEUU, un país siempre tentador al que culpar. ¿Es que nosotros no tenemos prejuicios? Un prejuicio tiene tres partes: cognitiva (lo que pensamos), afectiva (lo que sentimos) y conativa (lo que hacemos). La mayoría de nosotros, al menos los que vivimos en un ambiente donde la norma social así lo impone, procuramos no hacer nada que revele prejuicios, salvaguardando la parte conativa, pero nos sorprendería darnos cuenta de los prejuicios que mantenemos en pensamientos y sentimientos.
Donald Trump decidió utilizar esta parte oculta de la personalidad de su electorado. Al calor de las últimas guerras, que han avivado el cisma religioso, y sumando la crisis económica, que le ha permitido reflotar el siempre socorrido recurso de culpar a los inmigrantes de los problemas nacionales, Trump pensó sin error que mucha gente se sentiría identificada con su discurso xenófobo. Gente que, reprimida en una sociedad a pesar de todo moralizante, se siente internamente aliviada cuando otro dice alto y claro lo que ellos piensan y sienten. Ser políticamente incorrecto está de moda.
No sólo votar a alguien orgullosamente amoral nos puede suponer un efecto liberador. Además, nuestros pecados ya se encarga otro de cometerlos vicariamente y, mediante el abrigo anónimo del voto, nuestras culpas se dispersan entre millones. Nuestro impulso, debido al principio de semejanza, es sentirmos atraídos por aquello que más se parece a nosotros. Así, el electorado ha optado por apoyar a quien más se le parecía. Un sentimiento irracional de afinidad les llamaba, aunque el pensamiento y los actos no acompañaran en un principio. Por supuesto, muchos de sus votantes ya eran abiertamente prejuiciosos, pero sólo con esos no hubiera ganado.
El pudor nos empuja a racionalizar nuestros prejucios para reducir la disonancia cognitiva que nuestro pensamiento ocasiona al chocar con la moral imperante. Así conseguimos eliminarlos también de la parte cognitiva, no sólo la conativa, lo cual nos permite encajar mejor en un entorno apaciguado. Pero cuando Trump tocó la fibra sentimental, esos prejuicios que permanecían como esquema cognitivo latente, saltaron a flor de piel y se desbocaron, como está ocurriendo ahora en gran parte de Europa, produciéndose un contagio social entre las masas enfebrecidas.
Otra parte olvidada que está muy dentro de nosotros, y que pulsa deseando salir, es la rebeldía. Basta que nos digan que algo está prohibido para que ese algo cobre más atractivo. Todos los medios han estado exhortando a la población americana a que NO votasen a Donald Trump. Ni su propio partido le quería; algo inaudito. Trump ha explotado esa parte humana negativista y desafiante que, debido a la indignación general con las clases políticas y financieras, late incandescente en el magma social. Trump se ha presentado a sí mismo como un fuera de la ley que sólo los audaces se atreven a elegir. Una chispa en un polvorín.
A todo esto, no era lo que se dice un desconocido. Hablamos de un showman que no ha perdido ocasión en toda su vida de salir en televisión: series, películas, entrevistas… ¡protagonizó su propio reality durante 14 años! Aquí hay que explicar el efecto de mera exposición, que consiste simplemente en que, cuanto más tiempo vemos algo, más valor alcanza para nosotros. Automáticamente, escogemos lo que más hemos visto, lo que conocemos, simplemente por la mera exposición al producto. En este sentido, también a Hillary Clinton llevan años exponiéndola, pero con la desventaja de que no era novedad en política. Otra particularidad de nuestra psicología: la novedad es intrínsecamente atractiva.
Tampoco olvidemos que se trata de un multimillonario que además es famoso y que tiene una mujer hermosísima a su lado. Esto provoca el llamado efecto halo, que significa que si alguien tiene una característica positiva, es más probable que tenga más características positivas. Inconscientemente, una virtud muy saliente nos hace sospechar que haya más virtudes escondidas. Cosas tan valoradas hoy en día como el dinero, la fama o el prestigio que concede, en esta sociedad machista, una mujer bonita colgada del brazo, han hecho que muchos piensen que también sería un buen presidente.
En fin, sería muy largo analizarlo todo, pero a bote pronto creo que ya se han comentado cosas interesantes, sobre todo fenómenos de la Psicología Social que para los publicistas no son nada nuevo.