“Las únicas personas normales son aquellas que uno todavía no conoce muy bien“,
Joe Ancis
“Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe“,
Fernando Pessoa
¿Es malo no ser normal? La normalidad no es ni buena ni mala en sí misma. Lo normal es lo más abundante, por definición, y lo poco frecuente se considera anormal. En psicología clínica, este criterio estadístico es un elemento a tener en cuenta, pero no es definitivo ni mucho menos. Por ejemplo, creer en la vida después de la muerte puede ser muy normal, teniendo en cuenta la cantidad de personas creyentes de todas las religiones transterrenas del mundo, pero el hecho de no creer no es ningún síntoma de psicopatología. Una inteligencia elevada no es muy habitual, pero no por ello la genialidad supone necesariamente un problema mental. Por lo tanto, no podemos considerar la falta de normalidad como algo siempre negativo o enfermizo.
En ocasiones se utiliza también el criterio sociológico. Esta “normalidad” está determinada por la cultura de la sociedad a la que pertenecemos. Transgredir las normas puede llegar a ser motivo de estigma social e incluso de persecución por parte de las autoridades. Alguien que actúa al margen de las normas sociales establecidas tal vez tenga algún tipo de problema mental, o tal vez suponga un problema para el resto, pero también puede ser alguien normal en otro ambiente. Por ejemplo, muchos delincuentes juveniles han aprendido a comportarse de la única manera posible para sobrevivir en su “mundo”. Debido a su arbitrariedad, este criterio tampoco es suficiente para la psicología.
Otra perspectiva muy utilizada para descubrir problemas mentales, sobre todo desde la medicina y la psiquiatría, es el criterio biológico. Sin embargo, el cerebro no es directamente observable y esto plantea muchos problemas. A veces se asume que si existe mejoría tras la administración del fármaco X, el problema provenía de una deficiencia de dicha sustancia en el cerebro. Sin embargo, esto es un error lógico, comparable a pensar que nos duele la cabeza debido a una carencia repentina de ibuprofeno. Es cierto que algunos signos biológicos saltan a simple vista y nos tientan a un rápido diagnóstico; por ejemplo, la espectacular pérdida de peso en la anorexia nerviosa o la caída del pelo como consecuencia del estrés. Sin embargo, la pérdida de peso podría deberse a una enfermedad gastroinstestinal y el pelo puede caerse debido a la edad o a carencias vitamínicas.
Por último, llegamos tal vez al punto más importante, el criterio subjetivo. En este caso, será la propia persona la que juzgue si se encuentra bien o si sospecha que tiene problemas mentales, sociales o de cualquier otra índole. Por desgracia, nuestra propia opinión tampoco es infalible, porque muchas veces las personas nos negamos a reconocer la realidad o nos resistimos a comprender lo que ocurre. En otras ocasiones, si realmente padecemos una enfermedad mental, nuestra propia patología nos impide darnos cuenta de ella, como ocurre en los delirios o en las demencias. Y otras veces creemos que nos pasa algo cuando no es así, como sucede en la hipocondría.
Por lo tanto, tenemos cuatro criterios en los que basarnos para saber si alguien es normal (estadístico, sociológico, biológico y subjetivo) y, como ya hemos visto, ninguno de ellos es por sí solo suficiente ni necesario. Si el asunto ya es difícil para los profesionales, podéis imaginar el poco valor que puede tener la opinión de un vecino, de tu compañera de trabajo o incluso de nuestro mejor “amigo”. Demasiadas veces escuchamos que alguien llama “anoréxica” a un chica que simplemente está delgada. O “autista” a alguien que goza de cierta vida interior. O “histérica” a una mujer que sólo está nerviosa. O “bipolar” a un hombre que tiene cambios de humor. O “hiperactivo” a un niño que está disfrutando de su infancia. En realidad, estos calificativos más bien califican la atrevida ignorancia de quien los usa.
En cualquier caso, las enfermedades mentales son sólo etiquetas abstractas cuya función es orientar un tratamiento específico en un entorno profesional. Son convenciones que sirven de vehículo de comunicación entre profesionales sanitarios. Esto no quiere decir que no existan, como afirman algunos con cierta insensatez, pero no tienen más importancia que esa y no deberían tenerla.
En definitiva, preguntarse si alguien es normal es una pregunta sin respuesta porque es una pregunta equivocada.