En estas fechas es común realizar balance y proponerse algunos objetivos con la intención de mejorar nuestras vidas. Suelen ser listas de metas grandilocuentes que pasan por alto las cuestiones más sencillas y con mayor capacidad para el cambio personal.
En la graduación de estudiantes de la Universidad de Texas de la promoción de 2014, el almirante McRaven de la marina estadounidense fue el invitado de honor. Con voz segura y confiada, pronunció un discurso motivacional que no tardó en hacerse viral. En él daba muchos consejos para sobrellevar las dificultades y orientar la vida con éxito.
Sin entrar con detalle en todo el decálogo de sabiduría que el insigne militar hizo famoso al dirigirse a aquellos jóvenes de forma tan elocuente, sí me gustaría detenerme en el primero de sus consejos, que, tal vez por su elegante sencillez, es el de mayor fuerza: hazte la cama.
En aquel memorable discurso, el almirante McRaven aseguraba muy en serio, de forma casi cómica y ante una audiencia que al principio se reía, que una persona con intención de cambiar el mundo debería empezar por hacerse su propia cama.
Cambiar el mundo resulta una expectativa exagerada, pero realizar un humilde cambio para mejorarnos un poquito a nosotros mismos creo que sí está de nuestra mano.
Reconozco que hacerse la cama puede parecer una trivialidad. Sin embargo, a poco que lo pensemos, veremos que se trata de algo simbólico, capaz de atesorar múltiples y valiosos significados:
En clínica solemos ver a bastantes pacientes deprimidos, desanimados o directamente apáticos, los cuales pueden pasarse el día sintiéndose incapaces de hacer prácticamente nada. Si te levantas y te haces la cama, ya tienes hecha la primera tarea del día. Así de simple.
También vemos a muchos pacientes totalmente convencidos de ser un “absoluto fracaso”, de que su vida es un “completo desastre” o de que ellos nunca hacen nada bien. Esmerarte en hacer una cama bien hecha te ofrece el primer sentimiento de orgullo del día.
Realizar la primera tarea del día puede dirigirte a la siguiente tarea del día, y la segunda tarea puede conducirte a una tercera, y así hasta ir incrementando un círculo virtuoso de buenas acciones completadas, en lugar de sumirte en un círculo vicioso de dejadez y penuria.
Cuando sentimos la necesidad de cambiar y mejorar, muchas veces nos perdemos en discursos grandilocuentes y enormes aspiraciones. Sin embargo, no se alcanzan los grandes objetivos sin conseguir primero los pequeños logros cotidianos, como hacerse la cama.
Al igual que los padres preparan la cama amorosamente para sus hijos, hacernos la cama representa un pequeño gesto de amabilidad y de cuidado hacia nosotros mismos. Si las cosas nos van mal ese día, al menos tendremos un lugar cómodo y limpio donde volver a reposar.
Poder descansar en un lugar digno preparado por nosotros mismos nos permite soñar con un día siguiente mejor. Será más probable obtener un sueño reparador y llegar descansados a mañana, donde otra oportunidad de empezar el día con el mismo empeño nos espera.
Hacer la cama nos indica que la noche ha terminado. Si nos esforzamos en hacerla con esmero y pulcritud, haremos menos probable volver a ella (después de desayunar, por ejemplo). Nadie desea deshacer con prontitud aquello que le ha costado cierto esfuerzo hacer.
Respetar nuestro lugar de descanso es respetarnos a nosotros mismos. Esta actitud se proyecta también hacia los demás, promoviendo que el resto también nos respete. Además, nuestro orden y limpieza suponen gestos de decoro y consideración también hacia los otros.
Hacerte la cama todos los días genera un hábito. Los hábitos nos permiten estructurar el tiempo. Muchas personas mejoran sustancialmente al introducir rutinas en sus vidas. Se toman mejores decisiones cuando se tiene sensación de control sobre la realidad.
Si el domingo prefieres no hacerte la cama, puedes zambullirte sin culpa en los placeres de la desidia y ejercer tu derecho a la pereza. Notarás que ese día será un día distinto, el día especial en el cual has decidido militar en la vagancia, pero sin ser esa la norma que dicta tu vida.
Motivación de logro, sentimiento de orgullo personal, poner en marcha círculos virtuosos, aprender a valorar la sencillez de los pequeños actos, cuidar de uno mismo, cultivar la esperanza, empezar a ser productivo, observar el decoro y la consideración, proyectar un halo de respetabilidad, sensación de mantener el control y, además, todo ello sin perder la posibilidad de ser rebelde cuando nos apetezca. A cambio de una única acción, a mi modo de ver, bastante rentable.
¿Quieres iniciar un cambio en tu vida? Empieza por un gesto simple y potente como, por ejemplo, hacerte la cama, y hacerla bien. En el peor de los casos, tener la cama hecha no te hará ningún mal.
Y, si por casualidad, eres de los que ya se hacen la cama nada más levantarse, elige otro hábito que puedas cultivar y que reúna las mismas características. ¿Una tabla de ejercicios? ¿Un desayuno sano y elaborado? ¿Ducharte, vestirte y arreglarte, aunque no vayas a ver a nadie? ¿Sentarte a reflexionar para organizar tu tiempo en el día?
Tú decides.
Vicente Bay