“Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza“,
Mario Benedetti
Estamos aprendiendo que las emociones negativas no se llaman así porque sea “malo” sentirlas, sino porque son desagradables. Y lo son tanto para quien las sufre como para los demás a través de la empatía. Estas emociones pueden hacérnoslo pasar realmente mal y, como es lógico, pasarlo mal no es plato de buen gusto. Por ello es muy comprensible querer evitarlas. Sin embargo, todas nuestras emociones están aquí por algún motivo y, cuando se manifiestan de forma saludable (es decir, cuando son coherentes con la situación que las provoca, duran el tiempo adecuado y su intensidad es moderada), resultan beneficiosas, instructivas y pasajeras. Pensemos que han llegado hasta nosotros como producto de millones de años de evolución y, al igual que nuestros pulgares oponibles o nuestra postura erguida, su función es ayudarnos en la vida. En resumen, las emociones negativas también son valiosas y no debemos despreciarlas.
El tema de la tristeza es especialmente interesante para mí. Quizá por mi propia experiencia personal. Yo era un niño serio, melancólico y reflexivo. Un amigo de la infancia me llamaba Tristón, el nombre de un perro abandonado de peluche que vendían por televisión para que nos apiadáramos de él por Navidad, y solía cantarme la canción del anuncio para hacerme reír. Durante mi vida he buceado en la tristeza a mis anchas. Y he aprendido muchas cosas. Los estados de tristeza pueden ser muy dolorosos, pero también tienen algo de rito iniciático, de punto de inflexión, de viaje interior. El valor adaptativo de la tristeza es precisamente restarnos energía, abatirnos temporalmente, para que nos detengamos a reflexionar y tengamos la oportunidad de digerir los acontecimientos adversos. Nuestra tristeza, además, sirve como llamada de atención a los demás. Puede funcionar como una señal que avisa al resto de que nos vendría bien algo de apoyo y, también, que nos hagan reír.
Por lo que conlleva de recogimiento y de transformación interna, otro aspecto positivo de la tristeza es que puede actuar con frecuencia como el germen de la creatividad. Muchas personas cuando están tristes sienten la necesidad de crear algo. Algunas de las canciones más bellas jamás escritas han surgido de estados de tristeza. Me viene ahora a la mente Imagine de John Lennon o su melancólica Yesterday. Los poetas aprovechan muy bien estos sentimientos. Como vemos, la tristeza tiene el poder de sublimar nuestro interior y transformarlo en arte, pero no es necesario ser genios para beneficiarnos de ello. Cuando nuestro estado de ánimo está de capa caída, como suele decirse, el simple hecho de escribir sobre nuestras preocupaciones ya nos hace sentirnos un poco mejor. Nos da la oportunidad de descargarnos, de ser más conscientes y de ordenar nuestras ideas. Otras personas prefieren dibujar o cantar y encuentran en ello la misma sensación de liberación.
En definitiva, no es obligatorio ser la persona más fuerte del mundo y, en cualquier caso, la tristeza no es ninguna debilidad. De hecho puede ocurrir que, en nuestra obstinación por parecer invencibles, acabemos enmascarando una depresión, ya sea en forma de agresividad hacia el mundo, de desprecio por los demás, de actividad frenética distractora, de incapacidad para tener sentimientos o, tal vez, de alcoholismo o abuso de sustancias, por poner algunos ejemplos. Por ello es importante que, de vez en cuando, escuchemos a la tristeza y nos abracemos a ella en calma, con curiosidad, a ver qué tiene que contarnos, pues nos haremos conscientes de lo que nos sucede, elaboraremos pensamientos y sentimientos al respecto y éstos serán los primeros pasos para reactivarnos y empezar a mejorar.
En caso de que este estado se prolongue en el tiempo, cuando se adueña de nosotros la sensación de caer lentamente en un pozo sin fondo, cuando llevamos mucho tiempo inactivos, cuando los demás ya no nos ayudan sino que nos rehúyen, cuando diversos ámbitos de nuestra vida empiezan a verse afectados (trabajo, pareja, estudios, salud…), la tristeza habrá dejado de ser productiva y podría ser un buen momento para plantearnos hacer terapia. El sufrimiento puede ser beneficioso, pero sólo en su justa medida.