“No existen caminos reales en geometría“,
Euclides
En una ocasión, Ptolomeo I, rey de Egipto en la antigüedad, le preguntó Euclides, el padre de la geometría, si había alguna forma más fácil de aprender que la que él explicaba en sus libros. El gran matemático le respondió con sorna, “no existen caminos reales en geometría”, queriendo decir que el camino del conocimiento es el mismo para todos, incluidos los reyes (de ahí la palabra “reales”) y, por lo tanto, no queda otra que estudiar para adquirir algo de sabiduría. El caso de la psicología es parecido. Las terapias que realmente funcionan son procesos que requieren de una cierta duración y donde ambos, terapeuta y cliente/paciente, deben forjar una alianza y trabajar juntos para obtener éxito.
Sin embargo, con frecuencia escuchamos cantos de sirena que nos ofrecen todo tipo de atajos terapéuticos, seductoramente rápidos, a veces mágicos y casi siempre demasiado caros, sobre todo por sus pobres resultados en el largo plazo. La mayor parte de estas terapias alternativas funcionan básicamente gracias al poder del placebo, es decir, según lo convencidos que estemos de que vamos a mejorar con ellas. A parte del efecto placebo, el cual a veces puede funcionar realmente bien y por ello no es un método descartable, las llamadas terapias alternativas no garantizan un nivel de profesionalidad ni de ética adecuados, entre otras cosas porque no están respaldadas por la investigación académica y/o científica.
En nuestro comportamiento diario, la ciencia tiene una importancia muy pequeña. La mayor parte de conocimiento que utilizamos diariamente no proviene de la ciencia, sino de nuestra propia intuición, es decir, de los llamados heurísticos o atajos mentales. Hacer cábalas en el mundo cotidiano es sencillo. Uno mira al cielo y aventura: “esta tarde lloverá”. A veces acertaremos y a veces no. Luego, en virtud de nuestra psicología particular, recordaremos más los fallos o los aciertos y, en consecuencia, nos consideraremos más o menos infalibles. Lo cierto, en cualquier caso, es que no utilizamos ningún método riguroso para describir, explicar o predecir la realidad cotidiana. Y afortunadamente que no lo hacemos, porque tardaríamos una eternidad para todo y sería bastante absurdo.
Cuando hacemos ciencia, por el contrario, no nos podemos permitir estos privilegios. La filosofía de la ciencia se encarga desde hace siglos de refinar un método específico que debemos usar obligatoriamente paso a paso, el método científico, el cual garantiza que todos utilicemos las mismas reglas para obtener nuevo conocimiento, sin caer en la tentación de buscar atajos por los caminos “reales” de los que hablaba Euclides. Se trata, por lo tanto, de un camino largo y tedioso y, además, bastante ingrato, dado que a través de la ciencia no alcanzaremos nunca la verdad, sino que solamente obtendremos conocimiento científico, aunque eso es algo con lo que algunos ya nos contentamos.
En efecto, no hay verdades absolutas en ciencia, a pesar de la impresión que se tiene de ella popularmente. En ciencia sólo encontraremos verdades científicas y, por definición, todas ellas son temporales, porque siempre están disponibles para que cualquiera pueda intentar falsearlas. De esta manera evoluciona la ciencia: exponiendo cada descubrimiento individual al criterio de la comunidad y no dando ninguna verdad por sentada. Como veis, el conocimiento científico actual se apoya en dos características fundamentales: la primera, que pueda ser sometido a comprobación y, la segunda, que dicha comprobación pueda ser replicada por cualquier investigador en igualdad de condiciones.
No os voy a engañar. La psicología como ciencia lo tiene complicado debido a la dificultad de definir y operativizar sus conceptos. La física, por ejemplo, lo tiene fácil. ¿Qué es la velocidad? La distancia recorrida dividida por el tiempo utilizado para recorrerla: no admite muchas dudas. No obstante, ¿qué es la inteligencia humana o qué es la desorientación del yo y cómo podemos medirlas? En este sentido, la psicología es un terreno abonado para la discusión científica, pero no nos queda otra que labrarlo si queremos seguir viendo sus frutos crecer. Aunque, por supuesto, confiar en el conocimiento científico o en cualquier otro tipo de conocimiento es una decisión personal que cada cual debe asumir según sus creencias.