“Mi vida ha estado plagada de infortunios, algunos de los cuales llegaron realmente a suceder“,
Mark Twain.
Preocuparse es adaptativo y, bien gestionado, puede ser una herramienta poderosa. Pretender vivir sin preocupaciones sería una temeridad. Sin embargo, a menudo nuestra cabeza da vueltas sin control sobre temas que no tienen ninguna base real o que no dependen de nosotros. A veces es complicado distinguir entre preocupaciones beneficiosas y esas otras preocupaciones que atrapan nuestra mente de forma improductiva.
Básicamente podemos clasificar las preocupaciones en 3 clases:
1) Para afrontar los problemas sobre los que podemos actuar, lo mejor es centrar nuestros esfuerzos en el propio problema. Si es complicado, ganaremos eficiencia afrontándolo de una manera exhaustiva y estructurada, en lugar de rumiar las preocupaciones todo el día sin llegar a nada concreto. El guión a seguir puede ser éste: elegir un momento y un lugar adecuados para pensar en ello, coger lápiz y papel para definir el problema en palabras precisas, confeccionar una lista de soluciones aplicables, escribir los pros y los contras de cada solución, tomar una decisión, diseñar un plan de acción en varios pasos que no admitan duda y, por último, cumplirlo. Esto es sólo un esbozo de la terapia de solución de problemas.
2) Ante la segunda categoría (los problemas reales que no podemos solucionar), en lugar de focalizarnos en el problema, esta vez será mejor dedicarnos a regular adecuadamente nuestras emociones. Sabemos que el problema existe, que ya está aquí y que no podemos hacerlo desaparecer. Puesto que su solución no depende de nosotros, tendremos que buscar la mejor manera de convivir con ello tolerando el malestar que nos produce. Como ocurre, por ejemplo, cuando perdemos a un ser querido. Para afrontarlo usaremos estrategias de regulación emocional. Las abordaré en otro post, dado que son muchas y variadas. Algunas de ellas funcionan bien, como la relajación, y otras, como el abuso del alcohol, son contraproducentes.
3) Por último, si un problema no es probable que vaya a ocurrir, como morirse repentinamente o que caiga un meteorito sobre la Tierra, no vale la pena preocuparse y gastar en ello nuestro precioso presente. Incluso cuando se trate de desgracias inevitables a largo plazo, preocuparnos no nos va a proteger y sólo servirá para minar nuestra calidad de vida. En caso de estar obsesionado con alguna idea parecida y no poder desprendernos de ella, la manera de hacerla desaparecer es abrazarse a ella intensamente. Lo que hace regresar una y otra vez a las ideas terribles es precisamente el intento continuo de evitarlas. Siéntate en una silla y piensa sobre la idea que te atormenta, durante horas si es necesario, hasta que las imágenes de tu cabeza pierdan fuerza y dejen de ser recurrentes. Te aseguro que ocurrirá tarde o temprano.
En cualquier caso, recuerda que PREocuparse no es suficiente. Es mejor ocuparse del problema.