La regulación emocional es la capacidad de los individuos para gestionar y modular sus respuestas emocionales ante diferentes situaciones. Este proceso se adquiere en las primeras etapas de la infancia y está estrechamente relacionado con las estrategias de afrontamiento, la resiliencia y el bienestar mental.
Durante la infancia, la relación diádica entre el menor y los cuidadores ofrece un espacio de protección y disponibilidad emocional (relación de apego) donde el menor consigue gestionar sus propias reacciones emocionales a través del comportamiento de sus cuidadores.
Cuando el menor se convierta en adulto, repetirá este patron de comportamiento en las distintas situaciones que vaya experimentando.
“Laura (2 años) se ha caído al suelo y se ha hecho una herida en la rodilla. Está asustada por la situación y no para de llorar. Busca con la mirada a su padre, que está sentado en un banco. Este se levanta y va hacia ella. La recoge tranquilamente del suelo y la consuela. -¿Se ha hecho daño mi niña?, tranquila, papa te curará-. Su padre le da un beso, le revisa la herida y la cura. Laura se calma y deja de llorar.”
Las emociones son el mecanismo a través del cual nuestro organismo se adapta, se comunica y protege del contexto ambiental. Por ejemplo, cuando un menor se encuentra ante una situación de peligro o daño, su sistema de defensa natural se activa, apareciendo emociones como el miedo, la angustia o la ira que le preparan para resolver la situación.
Al igual que otro tipo de aprendizajes, es el adulto (cuidador) quien enseña a modular al menor su emoción a través de su propio comportamiento. Cuando Laura se cae y se hace daño, su sistema de defensa se activa a través de la emoción del miedo.
Cuando su padre la reconforta y le cura las heridas, le transmite una sensación de protección y tranquilidad que indica a Laura que todo está bien, el problema tiene solución y no hay que nada que temer. Entonces el sistema de defensa de Laura se desactiva, la emoción de miedo desaparece y la niña se calma.
Cuando Laura sea adulta repetirá este patrón de regulación ante diferentes situaciones. Gracias a la relación de apego segura generada por su padre, será capaz de reconocer sus propias emociones, validarlas, expresarlas y adaptarlas a la situación que esté experimentando en ese momento. Además, también comprenderá las reacciones emocionales de los demás, las validará y ayudará a gestionar en caso de necesidad.
“María (5 años) va corriendo, tropieza y al caerse se da un golpe en la cabeza con un columpio. Enseguida le sale un pequeño chichón que le duele. María se asusta y busca a su padre con la mirada, pero el padre está mirando el móvil y no se ha percatado de la situación.
María corre hacía su padre llorando y le cuenta lo sucedido. -¡Venga que eso no es nada!, ¡Es un simple golpe, no pasa nada!-. Su padre sigue mirando el movil mientras María sigue disgustada y no para de llorar. – ¡Deja de llorar que no eres un bebe! ¡Como sigas llorando nos vamos para casa! -. María se va a otro lado del parque a sentarse triste y sola para que su padre no se enfade”.
Los cuidadores que tienen dificultades para expresar sus propias emociones, o que tienen ideas negativas sobre la expresión emocional, tienden a invalidar las mismas en ellos mismo y en los menores que están bajo su cuidado.
En este caso, la relación de apego que se produce se denomina insegura de tipo evitativo. Esta relación no genera la disponibilidad emocional necesaria para ayudar al menor a la comprensión y la gestión de sus propias emociones. Al contrario, el cuidador tiende a invalidar la expresión emocional, especialmente las negativas, por su falta de comprensión de las mismas.
Cuando María se cae, su padre no responde a sus necesidades de consuelo y protección, al contrario, se enfada ante la expresión emocional de la niña, la reprende por ello y le insta a que deje de expresarse (invalidación). Esto no ayuda a la niña ni a calmarse ni a comprender sus propios estados emocionales.
Cuando María sea adulta tendrá difucultades para identificar y validar sus propias emociones y las expresiones emocionales en los demás. Esto limitará su capacidad para afrontar ciertas experiencias vitales, como rupturas y perdidas afectivas, además de perjudicar sus relaciones afectivas debido a su desconexión emocional. También puede manifestar una personalidad disfuncional esquizoide, narcisista o también antisocial.
“Ana (3 años) está jugando con la pelota en el parque. En un descuido tropieza con un juguete, cae y se hace daño en el labio. Empieza a sangrar. Ana se asusta y comienza a llorar. Busca a su padre con la mirada. Su padre también se asusta mucho y se dirige hacia ella nervioso mientras grita. -¡Mira lo que te ha pasado, te podías haber matado! ¡Madre mía, estás sangrando!-
Ana se alarma más todavía y empieza a llorar más fuerte -¡No volvemos con la pelota al parque, que es un peligro!- Ana sigue llorando sin poder calmarse. Su padre también está muy alterado, no sabe qué hacer y decide llevársela a casa."
Los cuidadores excesivamente ansiosos y sobreprotectores suelen mostrar reacciones emocionales exageradas debido a su falta de regulación emocional. Estos cuidadores tienden a trasladar sus miedos y ansiedades a los menores.
La relación de apego aquí también es insegura, en este caso de tipo ambivalente. Esta relación tampoco genera la disponibilidad emocional necesaria debido a que los cuidadores están disponibles emocionalmente en función de su propio estado emocional.
Cuando Ana se hace daño, su padre responde de manera angustiosa y alarmista. Esto, lejos de calmar a la niña, aumenta la intensidad de su expresión emocional y le genera más angustia por lo sucedido.
Cuando Ana sea adulta, responderá de manera ansiosa ante cualquier dificultad que experimente. Tendrá problemas para modular su expresión emocional debido a la intensidad de la misma, por lo que evitará muchas experiencias que puedan generar alguna emoción negativa. Además, puede manifestar un trastorno de ansiedad generalizada o personalidad disfuncional evitativa, melancólica o tal vez dependiente.
"Sara (4 años) esta corriendo por su casa imaginando que es una heroína. Resbala y se da con el marco de la puerta. Se hace una pequeña herida en la frente, se asusta y empieza a llorar. Va a buscar a su padre que está en la cocina. Su padre se enfada y la insulta -¡Esto te pasa por idiota! ¡Todo el día estás golpeándote con todo, a ver si aprendes!-
Sara, lejos de calmarse, se pone más nerviosa y llora aún más- ¡Deja de llorar por esta tontería si no quieres llorar por algo más serio!- Sara no para de llorar y su padre le da una bofetada -¡Ahora ya tienes algo por lo que llorar de verdad!-. Sara se va a su habitación y se refugia detrás de la cama para que su padre no la vuelva a pegar."
Los cuidadores agresivos suelen mostrar reacciones violentas ante la conducta o la expresión emocional del menor.
Son personas que han vivido en ambientes muy disciplinarios o de maltrato, por lo que su patrón de comportamiento suele ser aprendido. Tienden a perder el control con facilidad debido a sus propias experiencias en la infancia. Estos cuidadores generan contextos caóticos donde la respuesta que el menor puede recibir es impredecible.
En esta ocasión, la relación de apego es insegura de tipo desorganizado. En este tipo de relación, el menor no sólo no encuentra la disponibilidad emocional en el adulto, si no que además el cuidador, lejos de ser una figura de protección y seguridad, se convierte en una figura amenazadora.
Cuando Sara se hace daño, su padre responde de manera agresiva. Al igual que en anteriores casos, esto aumenta la intensidad de su expresión emocional, que se ve agravada por la conducta violenta de su padre, generando sentimientos de miedo hacía él.
Cuando Sara sea adulta, experimentará una gran intensidad de la activación emocional que derivará en momentos de hiper o hipoactivación extrema, lo que dificultará el manejo de éstas.
Además de la desregulación emocional, la persona mostrará alteraciones en la percepción de sí misma, problemas en sus relaciones con los demás y un funcionamiento vital más limitado. También aprenderá a resolver cualquier conflicto personal a través de la violencia.
La mayoría de las personas que han tenido una relación de apego desorganizado con sus cuidadores durante la infancia muestran personalidad disfuncional o trastornos de personalidad límite (TLP), o quizá paranoide, en la edad adulta.
Como hemos comentado con el primer ejemplo, una adecuada regulación emocional nos ayuda a responder de manera adaptativa a diversos contextos ambientales y a poder gestionar varias emociones a la vez.
Para ello es importante que el individuo reciba durante las primeras etapas de vida cuidados adecuados, a través de los cuales perciba:
Así el menor podrá ser capaz de aceptarse a sí mismo y sus emociones, disfrutar de las cosas y comprender los propios procesos y la relación con los demás durante la edad adulta.
Lorena Fernández
-Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E.L., y Target, M. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self (1st ed.). Routledge.
-Mosquera D. (2009). El apego inseguro-ambivalente y sus efectos en el adulto con Trastorno Límite de la Personalidad. X Jornadas de Apego y Salud Mental. Internacional Attachment Network.
-Mosquera, D. y Gonzalez A. Del apego temprano al TLP. Revista Mente y Cerebro. Enero-Febrero2011, páginas 18-27.