"Verónica acaba de terminar su relación con Pablo. Sentada en el sofá reflexiona sobre sus últimas relaciones. Siente que sus parejas nunca la han querido, nunca se han preocupado por ella, no le han preguntado cómo se encontraba, qué necesitaba, ni siquiera la han cuidado cuando estaba enferma.
Ella en cambio siempre ha estado pendiente de ellos, de sus necesidades, de sus cuidados, de brindarles el apoyo que han necesitado...y se pregunta por qué esa asimetría, qué está haciendo mal, dónde se equivoca..."
La RAE define la palabra límite como una línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países o dos territorios diferentes. También como un extremo que puede alcanzar lo físico y lo anímico.
Cuando en psicología hablamos de límites nos referimos a una combinación de esas dos acepciones. En este caso podríamos definir el límite como esa línea que separa el bienestar físico, mental y emocional de un estado de angustia, enfermedad y sufrimiento.
Seguramente describir estos límites o líneas rojas en nuestra vida parece sencillo, sin embargo, llevarlo a la realidad diaria no lo es tanto.
De hecho, en las consultas de medicina y psicología se observa con frecuencia como las personas son incapaces de poner límites a los diferentes problemas que tienen que afrontar.
O cómo tiene que aparecer la enfermedad en nuestro cuerpo o en nuestra mente para empezar a definir dónde están esos límites.
Los límites están estrechamente relacionados con la forma que tenemos de cuidarnos.
Cuando una persona es capaz de mirarse con ojos realistas y empáticos, reconociendo y validando sus necesidades, alcanzando un equilibrio entre lo que necesita y lo que necesitan los demás es capaz de establecer unos límites que promueven su bienestar y salud. Entonces hablamos de un patrón de autocuidado sano.
Lo primero es aprender que significa “cuidado sano” o la importancia de cuidar de nosotros mismos. Tener unos horarios desregulados y mala alimentación, dormir menos de lo necesario, no hacer ejercicio, un exceso de carga de trabajo o de tareas domesticas, no tener tiempo para el ocio, no disfrutar de pequeños placeres, o no saber parar, pueden ser los primeros indicios de una falta de autocuidado.
Por otro lado, también observamos un autocuidado insano cuando no tenemos en cuenta nuestras emociones, no las validamos ni las expresamos, no nos aceptarnos como somos o nos juzgamos duramente por aquellas cosas que no nos gustan de nosotros mismos. Al igual que otros comportamientos, como no dejarnos cuidar cuando estamos enfermos, no acudir al médico si nos encontramos mal o no pedir ayuda cuando la necesitamos.
A partir de ahí, podemos incluso llegar a esos comportamientos autodestructivos, que son una señal evidente de las dificultades en el autocuidado. El abuso de alcohol y drogas, las autolesiones, las relaciones sexuales de riesgo, la conducción temeraria entre otros comportamientos que muestran una falta total de autocuidado.
Hay que aclarar que, en muchos casos, las personas que tienen estos comportamientos están repitiendo patrones de cuidado aprendidos que sus progenitores realizaron cuando eran pequeños o que vieron que sus cuidadores se hacían así mismos.
Los límites no solo deben ponerse sobre nuestra propia conducta, también en nuestra relación con los demás.
En este punto sería conveniente pararnos a reflexionar sobre cuántas veces has antepuesto las necesidades de los demás a las tuyas y cuántas veces han antepuesto los demás tus necesidades a las suyas. Así puedes hacerte una idea de donde están tus límites en la relación con los otros.
Comportamientos como ser incapaces de decir "no" a las peticiones de los demás, minimizar la importancia de tus necesidades y maximizar las de los demás, recibir un trato humillante o vejatorio, sentirse objeto de las necesidades de los otros o permitir que invadan tu espacio personal, muestran una falta de atención, cuidado y respeto del otro hacia ti.
Es importante aprender a defender tus derechos y necesidades ante los demás. Reflexionar sobre qué estás obteniendo de esas relaciones y si eso es lo que te mereces recibir. En el caso de que considerar que mereces más de lo que estás recibiendo deberías preguntarte que cómo has llegado ahí y dónde crees que deberias de haber puesto el límite.
Piensa que en nuestra relación con los otros debe haber un espacio donde lo que piensas, sientes, necesitas y quieres debe ser respetado al igual que lo que piensa, siente, necesita y quiere la otra persona. Cuando eso ocurre generamos una situación de equilibro en la relación y de cuidado mutuo.
La dificultad para poner límites propios pueden estar relacionado con patrones disfuncionales de personalidad obsesivos, por la necesidad de ejercer el control y su perfeccionismo; personalidad narcisista por la necesidad de expansión y poder; y personalidad límite por su baja autoestima y su inestabilidad emocional.
La dificultad de poner límites a los demás puede venir de la mano de patrones disfuncionales de personalidad dependiente, por su necesidad de filiación con los demás; personalidad histriónica, por su minimización de la realidad; y personalidad límite por su inestabilidad en la relación con los otros y el miedo al abandono.
Para finalizar te recomendamos que reflexiones un momento en que ámbitos de tu vida crees que debes mejorar el autocuidado y los límites con los demás. Puedes hacer una lista con los límites que deberías establecer y empezar a llevarlos a cabo. Verás como en breve mejora tu calidad de vida y tus relaciones personales.
Lorena Fernández
Mosquera, D. (2004). Diamantes en bruto II. Madrid: Ediciones Pléyades.