“Miriam está sentada en el sofá. Lleva una hora mirando el móvil sin ninguna motivación, simplemente está pasando pantallas con el dedo. No le apetece hacer nada. Ni salir, ni ver una película, ni mirar el móvil, ni hablar con nadie. Sólo quiere estar sola sentada en su sofá.
Acaba de perder a su padre. En su cabeza se agolpan miles de recuerdos. Recuerdos de la infancia y de la adolescencia, como los paseos por el monte cuando iban al pueblo. O esas charlas y consejos que tanto la ayudaban a la hora de tomar una decisión. También en su mente aparecen recuerdos de las últimas semanas en el hospital. El día que les dieron el diagnóstico de la enfermedad. El tratamiento tan duro al que tuvo que someterse. Imágenes y pensamientos antiguos y recientes que le producen una profunda tristeza”.
Las emociones son mecanismos de repuesta que nos ayudan a adaptarnos a determinadas situaciones o eventos. Entre las diferentes emociones primarias encontramos la tristeza.
La tristeza es una emoción que disminuye el estado de ánimo de la persona, provocando una reducción del nivel de actividad del individuo para permitirle procesar la situación experimentada. Su intensidad puede ir desde una leve pena a un dolor insoportable.
Tiene una función defensiva que nos protege de las situaciones de pérdida o daño. En este sentido, es muy parecida a la ira, emoción que también nos protege ante determinadas circunstancias, de hecho, ambas emociones se procesan en la amígdala cerebral. Sin embargo, mientras la ira busca restaurar la pérdida sufrida, la tristeza aparece cuando aceptamos la perdida y encaminamos nuestra vida hacia una nueva dirección u objetivo.
La función de la tristeza es reducir el nivel de actividad cognitiva y conductual de la persona. Esto permite procesar el suceso experimentado y elaborar un plan de acción para hacer frente a la nueva situación. Para ello la tristeza favorece la introspección y el análisis constructivo.
Pensemos en Miriam. Ante el fallecimiento de su padre Miriam necesita tiempo para procesar varias cuestiones. Por una parte, los antiguos recuerdos de las experiencias que han vivido juntos y que ya no volverán a tener, en este sentido, ella necesita tiempo para continuar con una vida en la que su padre ya no estará presente.
Por otro lado, también necesita tiempo para procesar la experiencia de la enfermedad que su padre sufrió antes de morir. La tristeza que siente le permite parar y poner en orden sus recuerdos, llorar por las experiencias dolorosas vividas, llorar por las experiencias que no van a volver a compartir y empezar a gestionar un nuevo futuro sin la presencia de su padre.
Para poder hacer todo esto, el cerebro necesita reducir actividad y así, poco a poco, ir procesando toda esa información e iniciar la adaptación a la nueva situación que se ha generado. Ten en cuenta, que sería muy complicado para ella poder hacer todo eso, si su cerebro continuase con el mismo nivel de actividad cerebral que tenía antes.
A medida que la información se vaya procesando, la actividad cerebral y conductual de Miriam irá aumentando, el estado de tristeza irá disminuyendo hasta que se complete el proceso y vuelva a un estado de equilibrio emocional y personal.
Cuando el procesamiento emocional de la información se bloquea aparece la patología. En esta situación hay que evaluar el estado de la persona. Para ello es conveniente observar si el sufrimiento que está experimentando la persona alcanza unos niveles de intensidad inasumibles o conlleva un nivel muy bajo de funcionalidad diaria.
Esto puede producirse bien porque la persona ha quedado bloqueada en alguna parte del procesamiento emocional de la experiencia o bien porque está evitando hacer ese procesamiento. Cuando esto ocurre, la tristeza deriva en un proceso patológico, que puede convertirse, según el suceso experimentado, en un estado depresivo o en un duelo patológico. También puede quedar ahí, en un estado de inhibición, y activarse unos años más tarde ante otro suceso de las mismas características.
Por eso es importante dejar que las emociones hagan su función en el momento que se están expresando, con tranquilidad y sin injerencias que entorpezcan el proceso.
En el caso de la tristeza nos acompañará durante el tiempo que sea necesario para poder terminar con el procesamiento emocional de la situación experimentada y poco a poco se ira tornando en un estado de equilibrio donde la emoción no estará tan presente.
Hay que aclarar que este estado no implica que ante ciertos recuerdos del evento doloroso la tristeza no aparezca. Procesar una emoción no implica desconectar de la experiencia vivida pero quedará relegada a un momento puntual y determinado, y no a un estado continuo en nuestro día a día.
Lorena Fernández
-Fernández-Abascal, E. G., Jiménez, M. P. y Martín, M. D. (2009). Emoción y motivación, la adaptación humana. Madrid: Ramón Areces.