La importancia de tomar decisiones

La importancia de tomar decisiones

28/05/2022


¿Emoción o razón?

Existe un libro titulado “La emoción decide y la razón justifica”, el cual no he leído y, por lo tanto, no puedo opinar sobre su contenido, pero el título me resulta llamativo y me parece que encierra una gran verdad.

Los procesos de toma de decisiones que encontramos habitualmente en los textos de psicología suelen describir secuenciados procesos de corte racional. Nos exponen pasos a seguir tales como: la definición del problema, el análisis de las opciones disponibles, una adecuada orientación hacia la acción, la valoración de resultados, la reestructuración de objetivos, etc. “Siete pasos para tomar buenas decisiones”, por ejemplo.

Todo muy práctico, bien protocolizado y aparentemente sencillo… ¿Seguro? Sencillo… siempre y cuando no existan emociones por debajo que se dediquen a torpedear el proceso. Y da la casualidad de que siempre hay emociones.

Por ejemplo, si uno es de natural ansioso y siente un miedo basal, todo el proceso supuestamente racional de la toma de decisiones estará sesgado hacia la búsqueda de contextos donde nos sintamos más seguros.

Si yo tengo miedo de quedarme sin trabajo, me costará mucho tomar la decisión de cambiar de trabajo y todo mi razonamiento tratará de apoyar la decisión de no cambiar: aquí tengo estabilidad, el mundo laboral está fatal, tengo responsabilidades que afrontar, ahora mismo no es buen momento, tampoco estoy tan mal comparado con mi prima, virgencita que me quede como estoy, etc.

Sin embargo, si en vez de miedo lo que siento es ira, mis razonamientos serán muy diferentes: lo primero es mi dignidad, mi salud mental no tiene precio, ya encontraré otra cosa, siempre he salido adelante, esto no está pagado, no puedo consentir que se pisoteen mis derechos, los tiempos de la esclavitud ya pasaron, de hambre no me voy a morir, etc.

Mi enfado, o mi miedo, mi emoción en cualquier caso, ya ha tomado la decisión por mí. Mi razón simplemente tratará de justificar tal decisión con argumentos que suenen convincentes.

 

¿Qué debemos tener en cuenta a la hora de tomar decisiones?

De todo lo anterior se deduce que lo primero que tenemos que aprender a la hora de tomar decisiones es a escuchar a nuestras emociones, para darles cabida en todo el proceso de la toma de decisiones y que no nos influyan de forma decisiva o, al menos, no sin darnos cuenta.

¿Desde dónde estamos pensando? ¿Desde el miedo, desde la ira, desde la vergüenza, desde la culpa, desde el orgullo, desde el deseo, desde la envidia…?

Según nuestra personalidad, ¿cómo solemos reaccionar ante las circunstancias? ¿Cuál es nuestro esquema habitual de relación con la realidad? ¿Somos evitativos, dependientes, narcisistas, antisociales, melancólicos, obsesivos, histriónicos…?

Conocernos a nosotros mismos nos ayuda a discernir qué emoción probable estamos tratando de regular a través de nuestra decisión. Si no tenemos en cuenta desde dónde parte nuestra necesidad de cambio, todo nuestro razonamiento estará sesgado por nuestra emoción y no nos percataremos de ello, neutralizando así cualquier anhelo de objetividad.

¿Queremos un perro porque nos gustan los animales o porque nos sentimos solos? ¿Seguimos con nuestra pareja porque la amamos o porque es lo más cómodo? ¿Obedecemos a nuestros padres porque realmente saben más que nosotros o porque nos asusta la responsabilidad de actuar de forma autónoma? ¿Decidimos ayudar a los demás porque somos amables o porque nos sentimos culpables cuando decimos que NO? ¿Hacemos horas extra porque somos muy trabajadores o porque en nuestra casa no estamos a gusto y retrasamos el momento de volver? ¿Nos tomamos unas copas diarias porque nos las merecemos o por evitar que nos invada la tristeza?

Muchas veces, detrás de unas razones que suenan muy aceptables y deseables, nuestros comportamientos están construidos sobre emociones escondidas que tratamos de regular como buenamente podemos, pero sin llegar a reconocerlas, sin identificarlas, sin vivirlas plenamente y sin, por lo tanto, poder gestionarlas adecuadamente tomando decisiones acertadas. Si estamos dispuestos a descender a nuestros fondos y a contemplar una mirada amplia de nosotros mismos, el proceso de toma de decisiones resultará más auténtico.

La clave para tomar buenas decisiones es tener en cuenta todas las partes de nuestra mente, sin dejar fuera a ninguna. No basta con razonar de forma intelectualmente perfecta, baremando opciones y teniendo en cuenta todos los costes y beneficios a corto, medio y largo plazo. Además, hay que tener presente las emociones que operan por debajo y nuestro nivel de motivación para el cambio. En otras palabras, para tomar buenas decisiones nuestra mente tiene que aprender a funcionar de forma integrada.

 

¿Qué es decidir?

Decidir supone renunciar, es decir, estar dispuesto a perder. ¿Qué vamos a perder? Lo otro, la posibilidad no elegida, con todo lo que ello conlleve.

Las decisiones excluyen. Si cambio de trabajo, excluyo mi trabajo actual. Si decido tener pareja, digo adiós a la soltería. Si elijo estudiar derecho, ya no puedo estudiar medicina. Si cambio de ciudad, dejo atrás el lugar donde he vivido. Toda decisión implica una pérdida y hemos de estar dispuestos a asumirla.

Decidir implica un riesgo. De la misma manera que decidir supone una pérdida, podríamos pensar que también supone análogamente una ganancia; sin embargo, eso no lo sabemos. Hasta que no pase el tiempo (tal vez, mucho tiempo), no sabremos si nuestra decisión nos ha sido beneficiosa o, por el contrario, nos ha perjudicado. Decidir es aceptar la incertidumbre.

Decidir nos aboca a la posibilidad de equivocarnos. ¡Bienvenido sea el error! De las equivocaciones se aprende. Nuestras cicatrices atestiguan las veces que nos hemos caído y nos hemos levantado. Mejor decidir y equivocarse que permanecer pasivo y ver cómo la vida te va engullendo poco a poco.

Decidir supone madurez. Cuando decidimos nos estamos responsabilizando. ¿De qué nos responsabilizamos? De nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestro futuro. Las personas maduras deciden, las inmaduras dejan que otros decidan por ellos.

Decidir significa cambiar. Toda decisión supone un cambio, genera una digresión en el curso de los acontecimientos, un punto de inflexión que nosotros conducimos y tratamos de dirigir hacia dónde queremos. Decidir es tomar las riendas.

Decidir conlleva vivir de forma activa. No decidir también es una suerte de decisión: una decisión pasiva, un no hacer nada, un dejar que las cosas sigan su curso sin nuestra intervención. Esto supone vivir de forma pasiva, sin llegar a ser el sujeto agente de nuestras propias circunstancias, sino siendo un simple objeto manipulado por fuerzas ajenas. Decidir es actuar en primera persona. Decidir es ser agente, y no paciente.

 

¿Por qué es tan importante decidir?

La meta de nuestro desarrollo personal (y de cualquier terapia, por cierto) consiste en convertirnos en personas autónomas, maduras, satisfechas y responsables de nuestra propia vida. Y no podemos alcanzar ese objetivo sin atrevernos a tomar decisiones, sean estas acertadas o equivocadas (esto es secundario).

En resumen, para sentirnos satisfechos con nuestra vida y con nosotros mismos, debemos estar dispuestos a renunciar, a perder, a excluir, a arriesgarnos, a equivocarnos, a tolerar la incertidumbre, a madurar, a cambiar, a tomar las riendas, a vivir una vida activa, una vida en la cual nosotros, y no otros, somos los sujetos agentes y responsables de nuestras acciones.

Para gozar de buena salud mental debemos estar dispuestos a tomar DECISIONES.

 

Vicente Bay