A lo largo de las últimas semanas, hemos oído hablar del distanciamiento social como parte de las medidas a tomar para evitar el contagio del coronavirus. Nadie duda de que se trata de una medida médicamente deseable, porque el virus se transmite a través de las gotículas de la saliva y los aerosoles que expelemos al hablar, convirtiendo la zona próxima a una persona infectada en territorio de riesgo de contagio. No obstante, tenemos que aprender a sobrellevar esta distancia también desde el punto de vista psicológico, porque mantenernos alejados físicamente de los demás puede tener más implicaciones emocionales de las que nos imaginamos.
¿Qué significa exactamente mantener una distancia social? ¿Significa que tenemos que estar distanciados también emocionalmente? En parte sí, como veremos, porque es inevitable; pero sólo en parte. Hay una diferencia muy grande entre no compartir el ascensor con tu vecino y bajar la cabeza sin sonreír ni saludar cuando os tropezáis en el portal. Las familias y las parejas, por su parte, necesitan compartir un espacio íntimo que, por su salud emocional, debe ser cercano. Por otro lado, aquellos amigos a los que ahora no debemos besar ni abrazar, pueden seguir sintiendo la expresión de nuestro cariño de maneras más seguras.
Por lo tanto, veamos de qué forma podemos implementar esta medida del distanciamiento social, sin olvidar aquello que nos hace quienes somos y que nos mantiene regulados emocionalmente.
Desde la psicología social, se ha estudiado la relación que se da en un contexto social entre la persona y el entorno. Las ciencias físicas definen el espacio como el lugar donde se sitúan los objetos y donde tienen lugar los eventos que cuentan con una posición y dirección relativas. Sin embargo, cuando el objeto que se ubica en ese espacio es una persona, el espacio ya no es sólo físico, sino que entran en juego diferentes variables psicológicas.
El espacio personal fue definido por Hayduk (1983) como “el área que los individuos mantienen alrededor de sí mismos en la cual los otros no pueden entrar sin provocar incomodidad”.
Como seres humanos que somos, nuestro espacio personal varía de tamaño dependiendo de una serie de factores por los que se ve influido:
Se entiende fácilmente que mantener la distancia social será más difícil en el caso de hermanos mediterráneos de corta edad que en el caso de adultos orientales que no se conozcan.
Además, lógicamente, el espacio personal varía de tamaño dependiendo de los distintos escenarios donde nos encontremos. No nos costará el mismo esfuerzo mantener la distancia social caminando por una calle poco frecuentada que en un concierto de música rock.
A todo esto, hay que añadir que la manera que tenemos de gestionar nuestro espacio personal nos sirve para mantener nuestra identidad, para protegernos de cualquier amenaza o peligro y para modular nuestra interacción con los demás. En este sentido, Hall (1966) definió cuatro tipos de distancia que mantenemos cuando interaccionamos con el otro, cada una de las cuales tiene una fase cercana y una fase alejada:
Se entiende por distancia emocional el fenómeno que se produce cuando una persona esconde sus emociones y, al mismo tiempo, se mantiene alejado de las emociones de los demás. Este mecanismo constituye un intento de defensa o protección y puede llevarse a cabo de manera consciente o inconsciente.
En ocasiones, el distanciamiento emocional es una cuestión temporal, como cuando una relación personal empieza a resquebrajarse o cambia a otra fase menos sentimental. Otras veces se trata de un estilo de personalidad estable, cuando por experiencias pasadas o por el estilo de crianza recibido la persona se siente vulnerable en el plano emocional y ha aprendido a vivir pretendiendo ser puramente racional, como si las emociones no existieran. A estas personas distantes emocionalmente, los demás las perciben como lejanas y pueden llegar a considerarlos inalcanzables.
En casos extremos, también podemos distanciarnos emocionalmente de nosotros mismos, quedando disociados de nuestros sentimientos y moviéndonos en un plano eminentemente racional. En este caso, la persona se siente mejor mecida por la precisión de sus pensamientos, al menos más segura que sometida al vaivén menos controlable de las emociones.
Para una mentalidad sana, por el contrario, las emociones son valiosas, cumplen una función vital y, por lo tanto, la cercanía emocional con uno mismo y con los demás forma parte de la inteligencia, ayuda a adaptarse a las circunstancias y constituye una fuente constante de fortaleza. Por este motivo, resulta tan importante salvaguardar nuestra parte emocional en estos tiempos difíciles; y, en caso de que se encuentre dañada, con mayor motivo que nunca, tratar de sanarla a través de una terapia.
Algunos autores (Williams y Bargh, 2008) han encontrado en sus investigaciones que la distancia social y la distancia emocional se ven afectadas entre sí. Las señales que emanan de las distancias físicas tienen poder de modulación emocional.
Esto ocurre incluso con las distancias entre objetos; por ejemplo, no tiene el mismo impacto emocional entrar en una habitación ordenada, con cada cosa en su lugar, que entrar en un cuarto sumido en el caos, o lo que viene a conocerse como una leonera. El fenómeno cobra aún más relevancia cuando se trata de distancia entre personas. En las sociedades más “ordenadas”, la implicación emocional entre sus integrantes es menor. El hecho de estar “lejos” los unos de los otros nos implica menos emocionalmente con el prójimo.
Las personas más ansiosas y dependientes valoran la cercanía física, porque la cercanía emocional que debería venir aparejada les sirve de bálsamo para su inquietud interna. Las personas ansiosas y evitativas, sin embargo, están más desapegadas de los demás y valoran de forma más positiva la soledad, porque las otras personas constituyen precisamente el origen de su ansiedad. En este confinamiento, por lo tanto, las personas evitativas están más tranquilas, dado que sus vidas no han cambiado mucho; sin embargo, las personas dependientes, que ahora no pueden regularse emocionalmente a través del contacto con los demás, están más perjudicadas por la situación de aislamiento.
Por otro lado, las personas más racionales y menos emocionales se verán también menos perjudicadas por estas medidas contra la pandemia, dado que la mayor distancia emocional, provocada por la mayor distancia social que exigen las autoridades, no les supondrá excesiva perturbación, sino incluso un alivio. Sin embargo, las personas más emocionales se sentirán desorientadas con la nueva situación de distancia social.
Para nosotros los españoles, o mediterráneos, o latinos, que somos culturalmente cercanos y emocionales, nos costará un poco de trabajo sobrellevar esta distancia social. Sobre todo, en los entornos más familiares. Por ello, os proponemos algunos consejos que nos pueden ayudar:
Vicente Bay y Lorena Fernández
Morales J.F., Moya, M., Gaviria, E. y Cuadrado, I. (2007). Psicología social. Madrid: Mc Graw-Hill
Williams, L. E. y Bargh, J. A. (2008). Keeping One’s Distance. The Influence of Spatial Distance Cues on Affect and Evaluation. Psychology Science 19(3):302-308. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2394280/