La palabra personalidad proviene del término latino persona, personae. Desde el punto de vista psicológico, la personalidad se define como una estructura psíquica compleja compuesta por un patrón de emociones, cogniciones, actitudes y conductas habituales, formando parte de la identidad del individuo.
Esta estructura puede explicar por qué distintos individuos reaccionan de forma distinta ante situaciones idénticas; es decir, explica gran parte de las diferencias individuales en el comportamiento.
Además, la personalidad está integrada por elementos (rasgos) que son estables en el tiempo y consistentes a través de las diferentes situaciones que el individuo experimenta.
En principio, estos rasgos de personalidad no son ni buenos ni malos, son mecanismos como las emociones o los procesos cognitivos, que hemos desarrollado evolutivamente para adaptarnos a nuestro entorno.
Un patrón de personalidad es una predisposición a comportarse, pensar y sentir de una determinada manera.
Mientras este patrón goce de cierta flexibilidad para adaptarse a las distintas situaciones de la vida, más probable será que nos encontremos bien regulados emocional y socialmente.
Sin embargo, cuando esta predisposición para comportarse se vuelve rígida y desadaptativa, nos hallamos ante una personalidad disfuncional y, en consecuencia, nos desregularemos con facilidad.
Las personas con problemas de personalidad se caracterizan por la presencia de dificultades en uno o varios rasgos de personalidad y se observan a través de su comportamiento.
Un ejemplo puede ser el perfeccionismo excesivo, la impulsividad desmedida, la desconfianza habitual hacia las personas del entorno, la ira desproporcionada o la evitación en algunas situaciones sociales, entre otras.
Estos problemas se manifiestan en situaciones concretas en diferentes ámbitos como son el familiar, social y/o laboral. Hay que tener en cuenta que las personas que exhiben estos rasgos de personalidad no son conscientes de que su forma de ser es la causa de sus problemas, tanto físicos como mentales, o que pueden estar perjudicando sus relaciones sociales y familiares.
De menor a mayor grado de disfuncionalidad, podemos considerar que la persona posee un determinado rasgo de personalidad, estilo de personalidad, tipo de personalidad o, en los casos más extremos, hablaríamos de un trastorno de personalidad.
No es necesario llegar a tener un trastorno para que nuestra personalidad nos genere conflictos. Los estilos y los tipos de personalidad también pueden resultar problemáticos, aunque no de forma tan generalizada como los trastornos.
Ningún patrón de personalidad se puede considerar negativo por sí mismo, sino sólo en la medida en que genere una disfuncionalidad en la vida de la persona. Ser narcisista, dependiente o evitativo no es un problema cuando estos patrones de personalidad están bien regulados y no están demasiado presentes en el repertorio conductual de la persona.
La ausencia completa de un patrón de personalidad concreto también puede generar conductas disfuncionales. Alguien que no es nada dependiente, nada narcisista o nada evitativo, probablemente también generará problemas en diversas áreas de su vida.
La persona que padece un trastorno de personalidad muestra un patrón de conducta inflexible y desadaptativo, que limita las oportunidades de aprender nuevas conductas, además de la frecuente existencia de acciones que fomentan círculos viciosos y la gran fragilidad emocional ante situaciones de estrés.
Este patrón de conducta se manifiesta de manera constante en el tiempo, y las consecuencias afectan al funcionamiento diario de la persona debido al un malestar subjetivo que le genera.
Este comportamiento desadaptativo se puede manifestar en diferentes áreas como son la cognitiva (formas de procesar el pensamiento, percepción de uno mismo), afectiva (como muestra sus emociones), conductual (como se comporta el individuo ante los demás, mecanismos de defensa primario) e interpersonal (como interactúa con los otros). Su inicio comienza en la adolescencia o en la edad adulta temprana, aunque suelen consultarse hasta tiempo después.
Los trastornos de personalidad se dividen, desde una perspectiva categorial, en 3 grupos que engloban 11 trastornos.
En Psicología Bay la evaluación la llevamos a cabo a través de una entrevista clínica semiestructurada y de la administración del instrumento de evaluación psicológica Inventario Clínico Multiaxial de Millon IV, MCMI-IV, de Th. Millon, S. Grossman y C. Millon (Pearson, 2018).
Con los resultados de esta entrevista y de la prueba MCMI-IV, se elabora el diagnóstico y, en una segunda entrevista, se le comunica y se le explica al paciente, junto con una propuesta de tratamiento personalizada. La evaluación deberá continuar a lo largo de todo el tratamiento, dado que la terapia es un viaje de autoconocimiento que no se completa en dos sesiones.
La terapia para el tratamiento de los problemas de personalidad debe ajustarse a cada paciente de forma individual y a sus dificultades concretas.
La evidencia científica y nuestra experiencia terapéutica nos indican que el tratamiento de elección en estos problemas es la psicoterapia.
Nuestro tratamiento está enfocado hacia una psicoterapia integrativa que reúne lo mejor de cada enfoque psicológico. Las técnicas psicoterapéuticas utilizadas deben estar respaldadas por el rigor científico, con evidencia empírica contrastada.
Algunas de las mejores terapias de elección para el abordaje integral de los problemas de personalidad son:
Además de estas terapias psicodinámicas, a los pacientes con trastorno de la personalidad también les pueden ayudar algunas técnicas concretas de los siguientes enfoques terapéuticos:
La psicoterapia se fundamenta en una buena alianza terapéutica. El paciente debe sentir que el terapeuta le comprende, le siente y le respeta. Ambos deben ponerse de acuerdo en la formulación precisa de la problemática, en la sintomatología que presenta el paciente, en los objetivos que perseguirá la terapia y en los métodos que se van a usar para alcanzar dichos objetivos.
Durante la intervención se analizan los rasgos de la personalidad del paciente que son disfuncionales. La vida se desarrolla en un espacio intersubjetivo, lo que quiere decir que las mentes implicadas actúan cada una bajo su propia subjetividad. Por ello, es importante conocer nuestros rasgos de personalidad, saber cómo nos están afectando y actuar desde el conocimiento.
El trabajo psicoterapéutico debe promover, por un lado, la autoconciencia y, por otro lado, la función reflexiva de la mente. La autoconciencia se refiere a que la persona debe ser paulatinamente más capaz de darse cuenta de lo que ocurre en su interior: emociones, pensamientos, motivaciones. Una vez entramos en contacto sincero y directo con aquello que nos ocurre, debemos ser capaces de reflexionar acerca de ello. Todo esto se consigue a través del proceso de mentalización.
Es necesario realizar este proceso porque de lo contrario, no tardan en aparecer recaídas y la misma psicopatología vuelve a aflorar ante nuevas.
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